sábado, 15 de noviembre de 2008

¡LLAMEN AL COMISARIO OTERO! Memorias de un policía


En Uruguay, en la década del '60 el comisario Alejandro Otero, siempre era noticia.

Al frente del Departamento de Inteligencia y Enlace, de la policía uruguaya, su misión fundamental era detectar, registrar y capturar a los integrantes de la organización subversiva que atentaba contra la democracia.

Eleuterio Fernández Huidobro, figura emblemática de los guerrilleros tupamaros, señala: "Siempre reconocimos que si en aquel entonces no hubieran intervenido otros comisarios y otras dependencias que se creían mejores, Otero nos hubiera liquidado".

Alejandro Otero era un policía que actuaba dentro de la Constitución y la leyes y basándose en ellas logró los mayores éxitos en la lucha contra la subversión.

En el libro de memorias: ¡Llamen al comisario Otero! se narra su azarosa vida al frente de los servicios de inteligencia de la policía uruguaya.
INTRODUCCIÓN DEL LIBRO
Alejandro Otero Campaña, Inspector General (R) de la policía uruguaya, llegó al grado máximo dentro de la fuerza policial por meritos propios que fue acumulando a través de su vasta carrera en la institución.
La mayoría de los uruguayos lo recuerda como el comisario Otero, aquel que dirigió en los sesenta el Departamento de Inteligencia y Enlace, dependiente de la Dirección de Investigaciones de la Jefatura de Policía de Montevideo.
Tostado por el sol debido la práctica diaria de deportes al aire libre y con un cuidado extremo de su imagen, procuraba siempre vestirse a la moda con impecables trajes y calzado de marca, lo que generaba más de un comentario entre sus colegas: “se quiere parecer a James Bond, pero con un sueldito de policía uruguayo”- repetían en voz baja sus detractores. Otero era consciente de las críticas que despertaba entre sus pares: “la plata que gano y que me permite darme gustos que comparto con mi familia, la obtengo haciendo de payaso en una cancha de fútbol, mi trabajo de árbitro internacional de FIFA, me proporciona esa satisfacción. Yo no le pido el dinero a nadie.”- sostenía ante quien quisiera escucharle.
Siendo un joven oficial, fue quien logró entender y luego alertar, por primera vez, que algo desconocido para los orientales comenzaba a gestarse dentro de la sociedad: la conformación de un grupo subversivo urbano, con características impensadas en el Uruguay de esos años.
Cuando planteó el tema le respondieron que estaba loco, que veía fantasmas. Desde los medios de prensa, se burlaban de sus conclusiones acerca de lo que estaba surgiendo.
Mario Zanocchi, recordando su labor periodística que desarrolló en el diario Acción, escribió en 2003 un artículo referido a los 30 años de la clausura de ese medio de prensa. En una parte de su trabajo recordatorio, señaló:
“En policiales, a mi llegada (al diario Acción), campeaba un escritor de otros tiempos: don Alejandro Napoleón Sierra. Totalmente pelado, de complexión robusta, hacía todo su trabajo de averiguación desde el escritorio y por teléfono. Tenía fama de frecuentador de los bajos fondos y de conocedor profundo de los escenarios de la mala vida. Entre escruchantes y lanceros don Alejandro Napoleón se movía como pez en el agua. Los problemas empezaron para él con el surgimiento de los delitos políticos, que sin duda no eran su fuerte. Tanto es así que el comisario Otero, primer policía en denunciar la actividad de los Tupamaros, tenía bajo el vidrio de su escritorio un artículo de Sierra escrito como las catilinarias: “…en la Jefatura de Policía existe un funcionario empeñado en hacernos creer que ha surgido en el país un movimiento subversivo llamado los Tupamaros. Hasta cuando, comisario Otero, continuará usted desviando recursos que se necesitan para combatir a los criminales…” “Sierra murió de causas naturales durante el ascenso de los Tupamaros, dejando curiosamente en su lugar a uno de ellos, Gabriel Luis Carbajales. Recuerdo que me tocó suspenderlo, por llegar tarde, el 14 de abril de 1972. Mucho tiempo después se supo que había tenido muy buenos motivos para llegar tarde, ya que formó parte del grupo que mató a Acosta y Lara”.

“Fueron indicios que no podían pasarse por alto”-recuerda Otero. “La aparición de los Comandos del Hambre, que asaltaban camiones de la firma Manzanares, que transportaban comestibles y que luego repartían entre la población de las zonas carenciadas, llamaron mi atención. Después empezaron a verse en los muros de la capital, unas pintadas donde se dejaban ver unas estrellas con la letra T en el centro o los grafitis y volantes que decían: Ármate y espera.
Un día viajaba en la única camioneta que teníamos en Inteligencia y veo la estrella pintada en un muro de la calle Canelones. Le dije a mí acompañante, el subcomisario Fontana: He visto ese símbolo en varios lados, vamos a investigar que significa; y así lo hicimos. Preparé informes dando cuenta de lo que se venía, pero no me creían, decían que era un delirante, que alertaba sobre un peligro que no existía. Los hechos posteriores me darían la razón”.
Ese fue el comienzo de su lucha con la que luego sería la guerrilla armada. Pero la clave sobre las primeras acciones de los subversivos en las que nadie pensaba que había un grupo organizado, la había descubierto Otero al principio de la década de los sesenta y nadie le creía.
“Esto es importante señalarlo, las asaltos a entidades bancarias, el robo de armas en el Tiro Suizo y otros golpes perpetrados por el grupo sedicioso, se tomaban por la Justicia, la prensa y los ciudadanos, como delitos realizados por delincuentes comunes; incluso cuando caían detenidos y luego eran procesados, guardaban silencio y no se identificaban como integrantes de un grupo organizado. Cumplían sus penas, según el delito cometido, sin los agravantes que luego tendrían por las acciones subversivas.
Recién el 22 de diciembre de 1966, donde muere el primer tupamaro en un enfrentamiento con la policía. El MLN, quedaría expuesto públicamente como organización y muchos de sus integrantes debieron pasar a la clandestinidad, por la serie de documentos, nombres y direcciones que fuimos encontrando en los allanamientos que realizamos a raíz de este enfrentamiento. Muchos detenidos también hablaron y revelaron acciones del grupo”.
Los desencuentros de Otero con la cúpula policial y con algunos políticos que cuestionaban sus métodos de trabajo, entre ellos la forma en que interrogaba a los detenidos, comenzaban a ser visibles.